Bajo la glicina
Quizás apoyar la cabeza entre los huesos del pecho
sea parecido a tener la vida por delante
sentir las cuentas
de un collar sobre la frente
las bolitas alisando los años y las montañas
el desgaste preciso de la piedra para que no raspe.
La glicina ahora está encima y cuelga entre nosotras
mientras niños corren por las diagonales
de la plaza.
En esta pérgola
una paloma estira el cogote como si fuese
un pollo al que están por degollar para cenar.
De chica escuché cómo se revoleaba
a las gallinas contra el aire.
El punto del corte en la gárgara. El sonido del cuchillo
contra la tabla de madera alisada entre tajos.
El aleteo final de cualquier pájaro quiebra el sonido del tiempo.
La cresta derrumbada sobre el propio pecho aún tibio sigue cayendo con los años.
Intuí esos movimientos por la narración apresurada
que me dejaría quieta
-en la imaginación de los grandes
a las niñas se las asusta para salvarlas-
Bajo la glicina viene el perfume de los cuartos finales de un jardín.
Como en el poema de Viel que nombra las violetas,
el hombre tumbado contra la tierra y la humedad
como el sudor de Dios.
Un aliento que no viene de ningún humano
hace creer que cualquier pedacito de tierra
que deje nacer flores
es bueno.
Miro los racimos lilas de las glicinas
que cuelgan como campanas.
El viento las balancea igual a otras hamacas
sobre nuestras molleras duras.
Las palabras retumban dentro de un tubo plástico
desde donde asoman las piernas.
Un nacimiento de mentiras por cada chico
que se tira con la velocidad de su peso por el tobogán amarillo.
Las palabras tienen temperatura, ¿sabías?
Algunas cosas se combinan y logran el juego
de la aerodinámica y la aerostática
los vellos se electrizan con el sonido.
El pelo se abre como una medusa.
Si estuviéramos bajo el agua, las palabras serían
esos peces que comen la piel muerta de los talones.
Piel de gallina, digo y no escuchás porque los loros aletean bajo el álamo.
Hace tiempo hablo sola dentro de este tamborcito sujeto a unas cadenas.
Las niñas doman cada juego como a un potro.
Antes usaba mis piernas igual que a pinzas. Sostenía con los pies
controles remotos, cambiaba de canal moviendo los dedos.
Mamá me retaba, decía “ni que te faltaran partes del cuerpo”
Ahora nos amputamos como a margaritas
quitamos pétalos
no mencionamos los eslabones
solo escuchamos como se arrastran las cadenas.
Condenadas. Bienaventuradas.
El perfume de la glicina trae galerías suspendidas en el futuro.
Despertamos del silencio mientras jugamos a levantar acantilados.
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