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Otro ensayo sobre la ceguera
Tendremos que prender velas, encender leñas, talar un bosque, arrimar las manos con las manos, comer poco, cazar animales con flecha y arco, vestir los cueros de los ciervos, cubrir los pies con nuestros perros. Movernos por los bordes de las calles, hacer señas y subir con quien sea. Rescindir contratos de alquiler, dormir dentro de los autos, canjear las cosas que nos sirven, vender los órganos de los vivos, cobrar por múltiples usos de nuestro cuerpo, tener hijos para negocios de alguien que cruza las fronteras sin pisar jamás la tierra.
Tendremos que elevar el alma, amortizar la rabia para el día que podamos sacar las chispas con las lenguas, descascarar el sarro de las uñas, desenterrar el anzuelo de nuestras agallas. Tendremos que pelar el ajo y quemar sus cáscaras, ahumar las iglesias con incienso y sándalo, bajar las cruces, desnombrar los santos. Maldecir épocas, generaciones, barcos. Hundir los orígenes en los pantanos. Recalcar la sombra con papel carbón, escribir sobre agua, decir con la piedra, imprimir en arena.
Tendremos que mirar el espejo hasta hacerlo un desierto, un camello, una jiba, la mujer tapada empujando los rieles, los hombros con el cargamento, vagones apoyados en los esqueletos. Tendremos que ser oídos y no sordos, oídos para el silencio, para el crujido de las tripas, para la ballena ahogada en el cantero. Y regaremos. Regaremos el océano en su lomo liso, resbalaremos las lágrimas y los nombres. Las postulaciones y los fantasmas. Los pinochos y los gepettos. Las hadas y las magias. Y quedarán los cuentos para arder bajo el agua.
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