*
El camino hacia las perlas
Tropas de pequeñas hormigas arrasan sobre las superficies. Pueden ser migas de pan, zapatos que esperan ser usados, la silla patas para arriba sobre la mesa, estantes vacíos de la heladera, el pino que se seca y se seca, la pila que no anda.
Cosas que se ahuecan sin intervención humana dejan el rastro del tiempo. La fuga interminable que no erra.
¿Cómo se llena un desierto? ¿Cómo vaciar el océano entre las costillas?
Los días vienen llenos de latas, el corte seduce las miradas con su destello metálico, la boca abierta al morbo de los noticieros.
Mandíbulas tragan sardinas. Espinas se ensartan en los pescuezos. Los sapos croan bajo el paladar. El cuerpo es una galería llena de bichos. Las palmas carcomidas por termitas.
En la casa bajan gorriones, aunque nadie no los vea. Es increíble cómo elegimos dormir el ojo cuando los milagros suceden: una avioneta permanece en la frente, la hija escribe las letras primeras. Montañas de la M donde se estrellarán los traumas, el nombre propio enredado con lianas, monos bajan por sus palmeras en las columnas de una I.
En el fondo los árboles sacuden escamas, se desprenden de todo lo que está flojo. De noche escucho los rasguños de las ramas que se despegan del tronco. Al otro día las encuentro mansas como animales dormidos a los pies de alguien que las amó. El sol acaricia los restos.
La naturaleza evidencia los procesos que habría que asumir: abejas sueltas entre pétalos, las fauces buscando la dulzura, el árbol con la herida abierta para que sane contra el aire nuevo, los círculos que giran sobre sí mismos hasta hacerse un punto a la vista de los pájaros, en los huecos los nidos y huevos con movimientos tibios que abrirán sus cáscaras cuando nadie los escuche.
Hay perlas bajo las sombras, aunque a nadie se le ocurra robarlas.
*