Peces cebra
Durante un largo período de su vida, los peces cebra tienen el cuerpo translúcido. Asomando la cara a la pecera, se puede ver el interior de sus órganos, sus vísceras, el tubo digestivo.
Los científicos los observan y estudian cómo se enferman y cómo se curan. Les pasan medicación, prueban tratamientos como si al pez no le doliera nada.
Tengo las venas azules, mamá. Dice la chiquita mientras leemos cuentos.
Seguimos el camino de la sangre con la yema de los dedos. Pasamos las cosquillas del lado claro del codo. En la mirada un destello, la alegría de quien recibe otra piel. La transparente emoción.
Le cuento del lagarto que vivía bajo la cabaña en el verano, de las cosas que le daba de comer ella cuando apenas caminaba, de su balbuceo para nombrar las cosas, recordamos el camino hecho por hormigas sobre la tierra, las várices de la geografía como un mapa que inventamos y que seguimos porque jugamos a creer en los hallazgos.
Las caras de mis tres hijos son para mí transparentes: veo en el fondo de sus ojos las sombras, las molestias en los hombros, el cansancio en los sonidos del cuerpo, los recovecos donde les crecen algas.
A la inversa de los peces, a medida que crecen mis hijos se hacen menos opacos, ya no pruebo si el llanto es por hambre o por sueño, sé por mirarlos qué quieren. Compartimos un lenguaje que prescinde de palabras y que a veces desborda de sentidos.
Leía que a los peces los enferman para después curarlos, los hacen nacer ahí para que sirvan para otras especies, como a ratones se los tiene para algo.
Entre nosotros nos miramos porque no podríamos vivir sin el otro, ninguno le es útil a nadie y sin embargo una necesidad creciente nos vuelve y nos envuelve en la palabra unida al nombre. Pienso confundida en las especies, en lo que hacemos para el bien de algunos, en los momentos que podríamos parecernos científicos, en las cosas que se transparentan y en las que se esconden.
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